El comercio mundial también tiene rostro humano. En el sur de Asia, es la cara de una joven que cose camisas para una importante cadena de almacenes de Europa y Estados Unidos. En África, es el rostro de un cultivador de café. En el este de Asia, el de una mujer que trabaja ensamblando circuitos electrónicos para sistemas informáticos. Y en América Latina, el de un campesino que tiene que competir con productos importados desde Estados Unidos. Así, el comercio vincula las vidas de gente corriente como ésta, con los negocios y los consumidores de los países más ricos del mundo.